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La tumba de Dickens



por Rocío Cerón


Una sombra cerca. Junto al hombre parado con un ramillete de flores, una niña pregunta si esa es la tumba del padre de Pip. Sí, responde, sí. El hombre deposita sobre la sencilla lápida un par de caltas palustres (solares). Charles. El extraordinario Charles Dickens. También padre intelectual de algunos otros personajes infantiles conmovedores de la literatura universal como David Copperfield (en la infancia del personaje) y Oliver Twist.

Una sombra levanta vuelo. Desde la esquina de los Poetas en la Abadía de Westminster, sopla un aire de la Inglaterra Victoriana. La casa desolada sigue de pie en la memoria de tus lectores. Desde la orfandad, Charles, Esther Summerson te saluda.

Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas páginas. Para empezar mi historia desde el principio, diré que nací (según me han dicho y yo lo creo) un viernes a las doce en punto de la noche. Y, cosa curiosa, el reloj empezó a sonar y yo a gritar simultáneamente.*

Aire frío. Recuerdo de una infancia que acosa la memoria. Un padre en la cárcel lleva a todos sus hijos a vivir ahí, junto con él, entre celdas. 1824. Poco después uno de estos niños, Dickens, trabajaría largas horas en una fábrica de betún para calzado. Enviado por su madre para ganar algo de dinero, en esas tristes horas ya rumiaba el mundo. Más adelante vería los laberintos judiciales en sus años de estudiante en la Cancillería de Londres. Para ser consciente toda su vida del absurdo de los sistemas judiciales y de un capitalismo a ultranza que pasa encima de pobres y desamparados. Razón por la cual sus personajes son retratos casi de firme delineado de una sociedad injusta, inmersa en tejidos sociales de alto contraste. Su compromiso social está presente en el destino de sus personajes, en sus destinos finales.

Humilde, más allá de su éxito literario en vida simplemente arrollador, a su muerte sólo quiso ser enterrado en el cementerio de la catedral de Rochester. La opinión pública lo impidió. El diario The Times fue inundado de cartas que pedían que descansara en Westminster. Opinión púbica que seguía vorazmente sus entregas de novelas, como en el caso de La casa desolada, entregada de manera puntual de marzo de 1852 a septiembre de 1853.

…diré que nací (según me han dicho y yo lo creo) un viernes a las doce en punto de la noche, para empezar mi historia desde el principio. Simultáneamente, el reloj empezó a sonar y yo a gritar. Cosa curiosa. Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas páginas…

Una sombra cerca y en la nuca ese frío de mañanas londinenses. Rosas rojas y blancas sobre ti, Charles. Rosas blancas y miles de lectores que llegaron como si fueras un santo. Esa barba Charles, la barba. El autor aclamado por multitudes, el más pobre en la infancia, aquí, aclamado y respetado por su mirada puntual sobre la condición humana, el desamparo y la injusticia social. Cada año una corona de flores te recuerda. Miles de lectores siguen fieles a tu palabra. Puntual, humana y vital, cargada de humor y tristeza.

…cosa curiosa, el reloj empezó a sonar. Para empezar mi historia desde el principio, diré que nací. Lo dirán estas páginas simultáneamente. Si otro cualquiera me reemplazará o si soy yo el héroe de mi propia vida. Según me han dicho y yo lo creo. Lo dirán estas páginas. Lo dirán estas páginas un viernes a las doce en punto de la noche…

Hijo de John Dickens y Elizabeth Barrow. Padre de diez hijos con Catherine Hogarth. Autor prolífico, viajero incansable (sus crónicas y artículos sobre Europa, especialmente sobre Italia, París y Londres, son imágenes puras en la mente, experiencias plurisensoriales y evocativas), defensor de los pobres. Una oración escrita por él clama, “Hear our supplications on behalf of the poor, the sick, the destitute, and guilty, and for thy blessing on the difussion of increased happiness, knowledge, and confort among the great mass of mankind; through Jesus Chris tour Lord. Amen”.

…para empezar mi historia desde el principio, diré que nací. Lo dirán estas páginas. Y, cosa curiosa, el reloj empezó a sonar y yo a gritar simultáneamente. Yo el héroe de mi propia vida…

Rosa blanca, rosa roja. Ramillete de calta palustre, luminosas e intensas como venas donde la sangre corre a galope, sobre la tumba. Una sombra cerca respira, tras mi nuca todo el aire frío de las mañanas londinenses. Rosa roja, rosa blanca. Algo de betún en la barbilla, y esa barba Charles, esa barba. Descansa en paz Charles Dickens porque tu obra, de absoluto poder, sigue viva, andando sobre corceles negros por ti.

  
* Fragmento de David Copperfield. Versiones subsecuentes a manos de la autora (influenciada por el espíritu de Gad´s Hill Place).

Posteado por Angela Barraza Risso el 8:43. etiquetado en: , , , . puedes segui el rss RSS 2.0. déjanos tu comentario

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